Frase del dia

domingo, 8 de agosto de 2010

La caída de un imperio

El 28 de Junio de 1914 era asesinado en Sarajevo el heredero al trono del Imperio Austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, sobrino del Emperador, junto con su esposa. El autor había sido el activista eslavo Gavrilo Princip, y el gobierno imperial tenia la certeza de que actuó en colaboración con los servicios secretos de Serbia, nación que aspiraba a desgasajar los territorios eslavos del Sur de la autoridad de Viena.


Paso casi un mes antes de que el imperio diera su ultimátum a Serbia. Esta lo rechazo parcialmente, tras lo cual Viena declaro la guerra. A ello respondió Rusia, que competían con Austria en su interés por los Balcanes y se presentaba como la "protectora" de los eslavos. Las fichas de domino estaban a punto de caer. Las declaraciones de guerra se sucedieron casi de inmediato. La primera guerra mundial se había puesto en marcha, y con ella llegaría el fin del Imperio.

Derrotas, hambrunas y descontento

El puzzle de los Habsburgo

El imperio austro-húngaro tenia unos 52 millones de habitantes, con casi la mitad de su población compuesta por germanos y magiares y el resto por eslavos, rumanos, italianos, judíos, gitanos y un largo etcétera de minorías étnicas, descontentas en mayor o menor grado con la hegemonía que ejercían las primeras dos. Esta excesiva diversidad, junto con los auges del nacionalismo fruto de las revoluciones liberales del siglo XIX, lo convertía en buena medida en un gigante con pies de barro. Su ejército sumaba los dos millones de hombres, bien armados y entrenados. Pese a ello, los inicios de la guerra no pudieron ser más desalentadores. Fue derrotado en Galitzia, en la frontera rusa, donde perdió la mitad de los hombres que participaron en esa campaña. Solo la ayuda alemana semanas después le permitió rehacerse y recuperar el territorio perdido, pero a costa de grandes esfuerzos.

Peor fue la campaña de Serbia. Unos 400,000 hombres al mando del general Oskar Potiorek, amigo del difunto heredero, a quien acompañaba el día del atentado planeaban dar un castigo ejemplar a los eslavos. El ejército serbio era inferior en todo, pero combatía en terreno propio, por lo que pudo resistir la primera acometida. A finales del año volvió a rechazar otra ofensiva austriaca. Los atacantes perdieron unos 100,000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros: una verdadera humillación. Durante los meses siguientes los frentes continuaron más o menos estancados. Solo al término de 1915, con ayuda alemana y tras una dura resistencia, se pudo doblegar a Serbia, cuyo ejército tuvo que ser evacuado por los italianos en costas albanesas. Poco después los austriacos lograrían avances en Rumania y Rusia. La victoria ante los italianos en Caporetto en 1917, también con auxilio germano, supuso el más claro éxito de las armas imperiales. No obstante, su ejército no dio sensación en ningún momento de poder vencer solo a sus enemigos. Además, los frentes se volvieron prácticamente estáticos y pronto demostraron la imposibilidad de una rápida victoria por parte de algún bando.

Pero lo peor no era la situación de estancamiento militar, ya de por si grave porque menoscababa la moral política y militar del imperio. Lo mas dramático era el constante consumo de hombres y recursos y sus consiguiente repercusiones económicas. Las necesidades militares obligaron a llamar a filas a nueve millones de hombres, con lo que escasearon los agricultores y obreros. Esta falta de mano de obra provoco un serio desabastecimiento, con hambrunas en las ciudades, y una galopante inflación que hizo peligrar la supervivencia de las clases sociales mas desfavorecidas. La situación, agravada por un bloque internacional que impedía al imperio importar casi cualquier producto, obligo a establecer un severo racionamiento. Pero a duras penas garantizaba ciertos alimentos, mientras el mercado negro florecía para el beneficio de los especuladores. Los datos hablan por si solos: en 1917 las cabezas de ganado se habían reducido de mas de 17 millones a 3,5 . El trigo, que provenía en un 50% de la Rumania ocupada, faltaba para una quinta parte de la población, a pesar del racionamiento. El país estaba cada vez mas desgastado, y una gran y creciente descontento popular minaban progresivamente la ya frágil situación del imperio.


Hacia la disgregación
En un estado tan heterogéneo la guerra no se aceptaba de la misma forma en todos los territorios. Sin duda, y sobre todo si las campañas militares no marchaban bien, la contienda era un elemento disgregador. Lo cierto es que, con la progresiva reducción de la amenaza rusa, los húngaros vieron con desinterés la guerra con Italia. El jefe de su gobierno, el conde Istvan Tisza, se negaba a menudo a enviar provisiones a Viena, al tiempo que intentaba reforzar su autonomía. El gobernante húngaro ya había sido el único político importante que se había opuesto a la guerra en 1914, pero no por pacifismo, sino por temor a que una conquista del territorio serbio diese una mayor presencia en el estado a los eslavos en detrimento de los magiares.

Al poco de estallar el conflicto, los aliados, aprovechando la diversidad del Imperio, se dedicaron a alentar movimientos independentistas. Estas tendencias ya estaban presentes, claro, pero casi exclusivamente en círculos intelectuales, por lo que no era representativa de los sentimientos mayoritarios de la población. Sin embargo, confiaban en que la derrota del Imperio supusiese, como sucedió, extensión y difusión de los sentimientos nacionalistas. En 1915, apoyados por los aliados, eslovenos, bosnios y dálmatas (los croatas mantenían sus dudas) crearon un comité sur eslavo con el fin de planificar la unión con Serbia. Por su parte, checos eslovacos crearon en Paris en 1916, un gobierno conjunto en el exilio, también rápidamente apoyado por los enemigos de las potencias centrales. Al año siguiente la entrada en la guerra de los Estados Unidos acelero el proceso: los comités independentistas de los eslavos que pretendían zafarse del yugo austriaco comenzaron a recibir generosas subvenciones y apoyados de los norteamericanos, de la mano de nucleos, pequeños, pero muy activos, de exiliados y emigrantes.


Pero el imperio no se veía amenazado únicamente por los separatismos. La pobreza creciente de amplias capas de la población estimulaba el deseo de la revolución social, reforzando los movimientos marxistas. En octubre de 1916, el socialdemócrata Friedrich Adler –que era amigo de Einstein- asesino en un restaurante vienes al jefe del gobierno imperial, el conde Karl Von Sturghk, justo un mes antes de la muerte del emperador Francisco José. Un año más tarde, los ecos de la Revolución Rusa resonaron con fuerza en las calles de la capital austriaca. Acentuó la oposición a la guerra por parte del proletariado, lo que debilito aun más al Imperio a la hora de mantenerse en una guerra que las cosas iban cada vez peor. En Budapest, una ola de huelgas desatada en Mayo de 1917, derribaría el gobierno del conservador Tisza.

El emperador pacifista


En medio de esta descomposición, y tras la muerte del viejo emperador Francisco Jose en Noviembre de 1916, le sucedió su sobrino nieto Carlos de Habsburgo, de 29 años. Su ascenso al trono fue una bocanada de aire fresco, puesto que era consciente de que el imperio se agrietaba y de que el pueblo sufría la guerra y el hambre de un modo estremecedor. De inmediato demostró que quería romper con la tradición militarista y autocrática proclamando que lucharía por la paz, algo meritorio, porque precisamente en esos momentos su ejercito acumulaba ciertos éxitos. También pretendía establecer una constitución federal que dieses amplia autonomía a los pueblos que gobernaba: percibía que era urgente dar salida a las tensiones nacionalistas si quería salvar la integridad del imperio. A este respecto, en Mayo de 1917 convoco al Parlamento para plantear sus propuestas descentralizadoras, aunque enseguida se percato de sus dos grandes adversarios: el nacionalismo austriaco germano y el húngaro. El reino de este ultimo (mas del 50% del imperio) sometía a su poder a mas pueblos que Austria y su jefe, el conservador Tisza, se negaba a ampliar el derecho de sufragio. A pesar de ello, el joven emperador otorgo en Julio una amnistía a 2000 agitadores nacionalistas como gesto de buena voluntad.

Mucho más audaces fueron sus acciones para poder buscar la paz. Para ello tuvo que actuar de espaldas a su gobierno, a sus aliados y a sus generales, empeñados en proseguir la guerra. Aprovechando que su cuñado, Sixto de Borbón y Parma, combatía en las filas del ejército belga, le hizo llegar unas cartas para que las trasmitiese directamente con los gobiernos franceses y británicos respectivamente. En sus ansias por buscar la paz estaba dispuesto a apoyar las reclamaciones de Francia sobre Alsacia y Lorena. Para convencer a Alemania de que aceptase la devolución, pretendía compensar a su aliado con la entrega de la Galitzia polaca. También se mostraba favorable a otorgar a Serbia una salida al mar, a que Estambul pasase a manos rusas, a entregar los territorios alpinos de habla italiana a Italia y a garantizar a Bélgica la plena integridad territorial. Pero los aliados le habían prometido a Italia mucho mas territorios a cambio de que se implicase en la guerra, por lo que rechazaron la propuesta del joven emperador.


Pese a todo, a principios de 1918 Carlos dio órdenes a su embajador en Madrid, el Príncipe Furstenberg, de que se contactase con el presidente estadounidense Wilson a través de España para insistir en sus propuestas. Sin embargo, una puñalada por la espalda fue lo que recibió a cambio de sus esfuerzos: el francés Clemeceau público la carta que le había remitido con las propuestas sobre Alsacia y Lorena, dejando en evidencia su diplomacia secreta. Con ello se vio acusado de traición por parte de sus generales y del emperador alemán, y ante las amenazas de invadir Austria y deponerle del trono, tuvo que retractarse y firmar un pacto que ligaba el destino del imperio al de Alemania de modo indisoluble.

Meses después de consumarse la derrota, renunciaría a toda responsabilidad política y, sin abdicar formalmente, se exiliaría en Suiza. Tras vanos intentos de ocupar el trono de Hungría, que le arrebatara el ambicioso regente, el Almirante Horthy, se instalo en la isla de Madeira donde moriría en 1922, victima de una pulmonía, pobre y olvidado por casi todos. Su honradez destaca en el tenebroso mundo de la guerra y de las ambiciones políticas, y se hace evidente que poco o nada podía hacer para frenar aquellos acontecimientos. Tal vez habría sido un buen gobernante en tiempos anteriores a los de la guerra; tal vez entonces sus políticas hubiesen impedido la disgregación del imperio.

El desastre final

Soldados americanos en el Piave.

El colapso de las armas alemanas en el sector occidental en el verano y el otoño de 1918 también tuvieron su correspondencia en los demás frentes, entre ellos las líneas austriacas. En Octubre se produjo la batalla de Vittorio Véneto. Unas sesenta divisiones italianas, británicas, francesas y norteamericanas con más de siete mil piezas de artillería, lanzaron un feroz ataque contra unas posiciones imperiales resguardadas por fuerzas solo ligeramente inferiores en número. Pero el agotamiento y la desmoralización de los ejércitos imperiales les hizo ofrecer muy poca resistencia, casi huyeron en desbanda. Fueron 400,000 las bajas austriacas entre muertos, heridos y, sobre todo, prisioneros mientras que los atacantes solamente sufreieron el 10% de esta cifra. Mientras tanto, en los Balcanes, los imperiales tenían que retroceder a toda prisa ante la ofensiva de Serbia.

Días antes, el presidente norteamericano Wilson había publicado sus famosos catorce puntos para la paz. Entre ellos figuraba el reconocimiento del derecho de autodeterminación para los pueblos del Imperio austrohúngaro. Los aliados sabían que, atomizando el Imperio, este no supondría una amenaza nunca más, por lo que estaban decididos en desintegrarlo. En un último intento desesperado del Emperador Carlos I, mientras tenía lugar la batalla de Vittorio Veneto emitió un comunicado por el que aceptaba la vertebración del Imperio como estado federal. En el que cada nación dispondría de amplia autonomía y de su propio parlamento. Esta vez su gobierno le respaldo, pero ya era tarde. Ante la derrota evidente, la declaración se tomo como la certidumbre de que nada ni nadie podía detener el proceso de desintegración, y de que Carlos I se encontraba sin fuerzas políticas y militares reales para negociar la paz y mantener la unidad territorial al mismo tiempo. Ante la insistencia de Wilson en que la autodeterminación de los eslavos de Austria- Hungría era imprescindible para la paz, las unidades húngaras comenzaron a desertar, y surgieron en una alocada carrera de gobiernos autónomos que representaban la liquidación del imperio. A finales de Octubre fue cuando los disturbios estallaron en Budapest y el conde Tisza fue asesinado.

A principios de Noviembre el imperio abandonaba las armas. La guerra le había costado casi dos millones y medio de muertos y otro tanto de heridos. Al cabo de una semana Carlos I renunciaba a la jefatura del Estado y abandonaba el país. Mientras tanto en Austria se proclamaba la república. Había muerto un tipo de estructura política, un Estado que no había sido intrínsecamente tan injusto y que, aunque de un modo centralista y con discriminaciones, había tratado de establecer un marco de convivencia para decenas de pueblos y culturas diferentes.

El tratado de Saint-Germain –en- Laye, firmado en 1919, puso la rubrica disolución. En el se reducía Austria a las zonas en el que se hablaba alemán, se rectificaban las fronteras generales y se consagraba la existencia de los nuevos estados eslavos. Una clausula importante era la prohibición a Austria de unirse a Alemania sin autorización de la recién creada sociedad de Naciones. Ahora no era mas que un nuevo estado con solo seis millones de habitantes y con un ejercito, según estipulaba el tratado, de no mas de 30,000 hombres. Un pequeño país que además tenia que pagar compensaciones de guerra.

De los escombros del imperio, las diferentes naciones construyeron sus estados independientes y se rectificaron las fronteras en toda la zona. Aparecieron Yugoslavia, Checoslovaquia y Polonia, y Hungría perdió mas de la mitad de su territorio. No obstante, eso no trajo la paz ni la estabilidad. A lo largo del Siglo XX, incluso en la actualidad, las tensiones y las guerras han seguido presentes en los antiguos territorios del imperio.

Saludos.

Bibliografia.
El imperio de los Habsburgo 1273-1918, J, Berenguer
Requiem por un imperio difunto, Historia de la destruccion de Austria-Hungria F, Fejto.
The Struggle for Mastery in Europe: 1848-1918 (Oxford History of Modern Europe) A.J.P. Taylor
Wikipedia

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